domingo, 27 de enero de 2013

Notas siniestras Cap.1


El olor a café inundaba el ambiente y la tenue luz del atardecer entraba por la ventana. Aunque la tarde ya tocará su fin, mi jornada laboral aun no había acabado. Tan solo disfrutaba de un pequeño descanso antes de proseguir. Soplé el humo caliente que emanaba mi bebida y dí un pequeño sorbo, aunque preferiría no haberlo hecho.
Solté la taza en la mesa y me dirigí a la cocina en busca de un vaso de agua bien fría. Justo en el momento en el que terminaba, el timbre sonó. Podía decirle adiós a mi momento de relajación. Volvieron a llamar, así que me apresuré a abrir la puerta. Era el último alumno del día y, afortunadamente, el último de la semana. No recordaba haberle dado clases antes, así que debía ser el chico nuevo que enviaba el instituto.

  • Debes de ser Peter, ¿no?.
  • Sí, Peter Wall.
  • Pasa, pasa. No te quedes esperando en la puerta. Por cierto, mi nombre es Danielle, aunque puedes llamarme Dan.
  • Encantado de conocerte Danielle, tienes una casa preciosa.
  • Muchas gracias, pero no creo que estés aquí para admirar mi casa.- bromeo-.
  • Lo cierto es que no. El profesor me dijo que podrías ayudarme a seguir avanzando.
  • Sí, pero primero tengo que saber cuál es tu nivel. Sígueme.

Lo dirigí a través de la casa, y fuimos a dar a una sala muy acogedora, dónde impartía las clases. La habitación no tenía nada de especial. Las ventanas estaban enmarcadas por unas cortinas de terciopelo rojo y una lámpara dorada colgaba del techo. Las paredes eran de madera y estaban decoradas con diversos cuadros. El suelo estaba cubierto por una moqueta, y la sala estaba vacía casi en su totalidad. Lo único que podías encontrar era un piano y un pequeño escritorio lleno de papeles. El chico soltó la maleta que reposaba sobre su hombro en el suelo, y se sentó con cuidado en la banqueta. Adoptó una postura erguida y sus dedos empezaron a deslizarse sobre el teclado del piano con agilidad. Le escuché y lo observé sin hacer ningún ruido, aunque estaba claramente impresionada. El chico terminó y poso sus ojos color castaño sobre mí. Su mirada era inquisitiva, como si intentara averiguar qué le diría a continuación.

  • Hicieron bien en enviarte, tienes mucho talento.
  • ¿Pero...?
  • Pero quizás necesites a alguien más cualificado que yo.
  • ¿Más cualificado?.
  • Sí, yo podré darte clases quizás uno o dos años, pero pronto llegarás a mi nivel.
  • Pues deme clases durante ese tiempo.
  • No, sería desaprovechar tú don, deberías ir a estudiar al conservatorio de la ciudad.
  • No, por favor.
  • ¿No?
  • Mis padres no tienen dinero para enviarme a estudiar fuera. Y el instituto me pagará estas clases.
  • Bueno, si es así, te daré clases.
  • Muchas gracias.
  • No tienes por qué darlas, te prepararé para que puedas conseguir la beca.
  • Te prometo que me esforzaré al máximo. ¿Cuándo tengo que venir?.
  • Empezaremos con dos días a la semana, ¿te viene bien el martes y el jueves?.
  • Perfecto, ¿a qué hora?.
  • Ven a las seis, y le dedicaremos una hora y media.
  • De acuerdo, muchísimas gracias. Ahora será mejor que me vaya, antes de que anochezca más.
  • Si quieres puedo acercarte.
  • No, no te preocupes, solo vivo a tres manzanas de aquí.
  • ¿Estás seguro?.
  • Seguro.
  • Cómo quieras, nos vemos el martes.

Nos dirigimos en silencio hasta la puerta, fuera el cielo empezaba a oscurecerse. Nos despedimos con unas cuantas frases de cortesía y el chico se marchó. Me quedé ensimismada en el porche, hasta que un coche aparcó en frente de la casa. Un hombre salió de el, miró hacía donde me encontraba y saludo con fervor. Salí de mi ensoñación y me acerqué hasta él. Su pelo era de color azabache, y sus ojos verdes resaltaban bajo algunos mechones que le cubrían. Le sonreí y él me devolvió la sonrisa con un cálido abrazo.

  • Buenas noches, cariño. ¿Que hacías ahí parada?.
  • No sé, solo pensaba.
  • ¿Y necesitabas estar en el porche a oscuras para pensar?.- preguntó mientras reía-.
  • Sí, ya sabes que siempre me ha ido lo siniestro.-le respondí con ironía-.
  • Vamos, entremos en casa, hoy he traído la cena.
  • Menos mal, porque no he preparado nada.
  • ¿Has estado muy ocupada?.
  • Bueno, hoy he tenido una clase más.
  • ¿Una más?.
  • Bueno, no ha sido una clase exactamente.
  • ¿Entonces?.
  • Han mandado a otro chico desde el instituto.
  • ¿Otro más?.
  • Sí, pero este tiene talento de verdad. Quizás demasiado para que yo le dé clases.
  • ¿Demasiado?. Pues sí que debe de tenerlo.
  • Sí, por eso le he dicho que le dé clases un profesional, pero me ha dicho que no. Dice que sus padres no tienen dinero para pagarle otras clases.
  • ¿Lo has aceptado entonces?.
  • Sí, al menos para prepararlo. A lo mejor le pueden conceder una beca.
  • Debe de ser muy bueno.
  • Lo es. Pero dejemos de hablar de eso, me muero de hambre.

Cogí un par de platos y cubiertos, Joe había traído pollo en salsa para cenar y una película para después. Cenamos tranquilos, mientras él me comentaba todas las novedades de la oficina. Cuándo acabamos recogí las cosas, las llevé hasta la cocina con sumo cuidado. Encendí la luz como pude y deposité las cosas en el fregadero. Joe estaba en la sala de estar, preparando la sesión de cine. Recordé que quedaba algo de helado en el congelador, así que rebusqué hasta que dí con el bote. Escuché un ruido, cerré la puerta y miré al exterior. En la oscuridad se divisaba una sombra, alguien había estado espiando por la ventana. Mi pulso se aceleró, corrí hacía la sala de estar mientras que en voz alta gritaba:

  • ¡Joe! Hay alguien fuera.

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