El olor a café inundaba el ambiente y
la tenue luz del atardecer entraba por la ventana. Aunque la tarde ya
tocará su fin, mi jornada laboral aun no había acabado. Tan solo
disfrutaba de un pequeño descanso antes de proseguir. Soplé el humo
caliente que emanaba mi bebida y dí un pequeño sorbo, aunque
preferiría no haberlo hecho.
Solté la taza en la mesa y me dirigí
a la cocina en busca de un vaso de agua bien fría. Justo en el
momento en el que terminaba, el timbre sonó. Podía decirle adiós a
mi momento de relajación. Volvieron a llamar, así que me apresuré
a abrir la puerta. Era el último alumno del día y, afortunadamente,
el último de la semana. No recordaba haberle dado clases antes, así
que debía ser el chico nuevo que enviaba el instituto.
- Debes de ser Peter, ¿no?.
- Sí, Peter Wall.
- Pasa, pasa. No te quedes esperando en la puerta. Por cierto, mi nombre es Danielle, aunque puedes llamarme Dan.
- Encantado de conocerte Danielle, tienes una casa preciosa.
- Muchas gracias, pero no creo que estés aquí para admirar mi casa.- bromeo-.
- Lo cierto es que no. El profesor me dijo que podrías ayudarme a seguir avanzando.
- Sí, pero primero tengo que saber cuál es tu nivel. Sígueme.
Lo dirigí a través de la casa, y
fuimos a dar a una sala muy acogedora, dónde impartía las clases.
La habitación no tenía nada de especial. Las ventanas estaban
enmarcadas por unas cortinas de terciopelo rojo y una lámpara dorada
colgaba del techo. Las paredes eran de madera y estaban decoradas con
diversos cuadros. El suelo estaba cubierto por una moqueta, y la sala
estaba vacía casi en su totalidad. Lo único que podías encontrar
era un piano y un pequeño escritorio lleno de papeles. El chico
soltó la maleta que reposaba sobre su hombro en el suelo, y se sentó
con cuidado en la banqueta. Adoptó una postura erguida y sus dedos
empezaron a deslizarse sobre el teclado del piano con agilidad. Le
escuché y lo observé sin hacer ningún ruido, aunque estaba
claramente impresionada. El chico terminó y poso sus ojos color
castaño sobre mí. Su mirada era inquisitiva, como si intentara
averiguar qué le diría a continuación.
- Hicieron bien en enviarte, tienes mucho talento.
- ¿Pero...?
- Pero quizás necesites a alguien más cualificado que yo.
- ¿Más cualificado?.
- Sí, yo podré darte clases quizás uno o dos años, pero pronto llegarás a mi nivel.
- Pues deme clases durante ese tiempo.
- No, sería desaprovechar tú don, deberías ir a estudiar al conservatorio de la ciudad.
- No, por favor.
- ¿No?
- Mis padres no tienen dinero para enviarme a estudiar fuera. Y el instituto me pagará estas clases.
- Bueno, si es así, te daré clases.
- Muchas gracias.
- No tienes por qué darlas, te prepararé para que puedas conseguir la beca.
- Te prometo que me esforzaré al máximo. ¿Cuándo tengo que venir?.
- Empezaremos con dos días a la semana, ¿te viene bien el martes y el jueves?.
- Perfecto, ¿a qué hora?.
- Ven a las seis, y le dedicaremos una hora y media.
- De acuerdo, muchísimas gracias. Ahora será mejor que me vaya, antes de que anochezca más.
- Si quieres puedo acercarte.
- No, no te preocupes, solo vivo a tres manzanas de aquí.
- ¿Estás seguro?.
- Seguro.
- Cómo quieras, nos vemos el martes.
Nos dirigimos en silencio hasta la
puerta, fuera el cielo empezaba a oscurecerse. Nos despedimos con
unas cuantas frases de cortesía y el chico se marchó. Me quedé
ensimismada en el porche, hasta que un coche aparcó en frente de la
casa. Un hombre salió de el, miró hacía donde me encontraba y
saludo con fervor. Salí de mi ensoñación y me acerqué hasta él.
Su pelo era de color azabache, y sus ojos verdes resaltaban bajo
algunos mechones que le cubrían. Le sonreí y él me devolvió la
sonrisa con un cálido abrazo.
- Buenas noches, cariño. ¿Que hacías ahí parada?.
- No sé, solo pensaba.
- ¿Y necesitabas estar en el porche a oscuras para pensar?.- preguntó mientras reía-.
- Sí, ya sabes que siempre me ha ido lo siniestro.-le respondí con ironía-.
- Vamos, entremos en casa, hoy he traído la cena.
- Menos mal, porque no he preparado nada.
- ¿Has estado muy ocupada?.
- Bueno, hoy he tenido una clase más.
- ¿Una más?.
- Bueno, no ha sido una clase exactamente.
- ¿Entonces?.
- Han mandado a otro chico desde el instituto.
- ¿Otro más?.
- Sí, pero este tiene talento de verdad. Quizás demasiado para que yo le dé clases.
- ¿Demasiado?. Pues sí que debe de tenerlo.
- Sí, por eso le he dicho que le dé clases un profesional, pero me ha dicho que no. Dice que sus padres no tienen dinero para pagarle otras clases.
- ¿Lo has aceptado entonces?.
- Sí, al menos para prepararlo. A lo mejor le pueden conceder una beca.
- Debe de ser muy bueno.
- Lo es. Pero dejemos de hablar de eso, me muero de hambre.
Cogí un par de platos y cubiertos, Joe
había traído pollo en salsa para cenar y una película para
después. Cenamos tranquilos, mientras él me comentaba todas las
novedades de la oficina. Cuándo acabamos recogí las cosas, las
llevé hasta la cocina con sumo cuidado. Encendí la luz como pude y
deposité las cosas en el fregadero. Joe estaba en la sala de estar,
preparando la sesión de cine. Recordé que quedaba algo de helado en
el congelador, así que rebusqué hasta que dí con el bote. Escuché
un ruido, cerré la puerta y miré al exterior. En la oscuridad se
divisaba una sombra, alguien había estado espiando por la ventana.
Mi pulso se aceleró, corrí hacía la sala de estar mientras que en
voz alta gritaba:
- ¡Joe! Hay alguien fuera.
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