Muerte en papel
La luz del sol alumbraba cada recoveco
del bosque, cerré los ojos por un instante, disfrutando de la
calidez que me brindaba. Pronto el verano acabaría y daría paso a
un lluvioso mes de octubre. Pero aún quedaban algunos días soleados
y los disfrutaría. Abrí los ojos y por un momento quede
deslumbrada, cuándo mi vista se hubo acostumbrado, cogí la
bicicleta y pedaleé hasta el pueblo.
Las calles estaban atestadas de gente,
cosa rara cuándo la temporada alta ha llegado a su final. Dejé mi
bici en el portón de mi casa, atravesé el largo pasillo y vi a mi
madre sentada en la butaca. Mantenía una acalorada discusión con
una vecina, hasta que se percató de mi presencia. Le miré extrañada
y le dije:
- Qué de gente hay en el pueblo. ¿Ha pasado algo?.
- Cariño, ¿recuerdas esa señora japonesa a la que solías visitar?
- Sí, ¿le ha pasado algo?.- mi preocupación era evidente-.
- Bueno, la han encontrado en el bosque.
- ¿Pero está bien?.
- No, cielo. Alguien...ha acabado con su vida.
- ¿Le han asesinado? Pero, ¿por qué?. ¿Quién ha sido?.
- No lo saben aún, la policía está en ello.
Ni siquiera me despedí de mi madre, ni
de la vecina, atravesé corriendo el pasillo, cogí mi maleta y la
bicicleta. Aceleré, atravesé cada esquina, cada casa, cada calle;
hasta que llegué al pequeño chalet de amplias ventanas. Las
autoridades estaban allí, habían precintado el inmueble. Y a las
puertas se amontonaban periodistas, curiosos e incluso admiradores de
la escritora japonesa. Rodeé la casa, intentando pasar
desapercibido. Llegué a una pequeña puerta, escondida entre unos
matorrales. Cogí la llave que ella me había dado y abrí despacio.
Un sendero atravesaba los rosales, y más allá un cobertizo, nuestro
secreto. Corrí todo lo que quedaba de camino y entré. Todo estaba
igual que la última vez, los libros en sus estanterías, la tetera
en la mesa a la izquierda, pero eso no era lo que buscaba. Fui a un
pequeño escritorio, en la máquina de escribir aun estaba la última
página escrita, dónde en letras negras podía leerse: Fin. Había
acabado la historia, su última novela antes de morir. Y solo yo
sabía dónde estaba. Arranqué la última página y la añadí al
montón de papeles, cientos de hojas dónde contaba su historia.
Escuché el crujido de la puerta, cómo alguien intentaba abrir, metí
la obra en mi maleta e intenté buscar salida. Una vaga idea pasó
por mi cabeza, la ventana, quizás fuera lo suficientemente grande
para poder salir por ella. Corrí, la puerta se abrió, salté por la
ventana; pero me había visto. Dejé mi bicicleta atrás, oí cómo
la puerta se cerraba, eche una breve mirada hacía atrás, me seguía.
Unos pasos más y habría llegado a la portezuela, mis zancadas eran
mucho más pequeñas y la distancia se acortaba entre nosotros.
Atravesé el sendero, la puerta y rodeé la casa, pero alguien cayó
sobre mí. Solté patadas a diestro y siniestro, mi respiración era
entrecortada y mi agresor no aflojaba su agarre. Llene mis pequeños
pulmones y con auténtico pánico grité y grité. Noté como me
elevaban en el aire y empezamos a movernos. Intenté gritar de nuevo,
pero una enorme mano tapaba mi boca. Entonces escuché un ruido
atroz, un aullido de dolor y mi atacante calló desplomado sobre mí.
Las lágrimas empezaron a aflorar y entre sollozos pude oír como
alguien me preguntaba:
- ¿Estás bien, pequeña?.
Arrastraron al hombre y me dejaron
libre de su peso. Un policía de mediana edad me había salvado,
había matado a aquel hombre, al asesino. Me levanté con cuidado,
abrí la maleta y saqué el escrito bajo la atenta mirada del agente.
Se lo ofrecí y con un susurro casi inaudible le dije:
- Quería daros el libro.
- ¿Qué libro?
- La última novela que escribió, hay encontraran la respuesta.
Él cogió con sumo cuidado aquella
valiosa prueba, me miró a los ojos y con curiosidad me preguntó:
- ¿Cómo sabes que aquí estará la respuesta?.
- Cuándo una escritora muere sobre el papel, no le queda nada que le aferre a la vida.

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