domingo, 4 de noviembre de 2012

Muerte en papel


Muerte en papel


La luz del sol alumbraba cada recoveco del bosque, cerré los ojos por un instante, disfrutando de la calidez que me brindaba. Pronto el verano acabaría y daría paso a un lluvioso mes de octubre. Pero aún quedaban algunos días soleados y los disfrutaría. Abrí los ojos y por un momento quede deslumbrada, cuándo mi vista se hubo acostumbrado, cogí la bicicleta y pedaleé hasta el pueblo.

Las calles estaban atestadas de gente, cosa rara cuándo la temporada alta ha llegado a su final. Dejé mi bici en el portón de mi casa, atravesé el largo pasillo y vi a mi madre sentada en la butaca. Mantenía una acalorada discusión con una vecina, hasta que se percató de mi presencia. Le miré extrañada y le dije:

  • Qué de gente hay en el pueblo. ¿Ha pasado algo?.
  • Cariño, ¿recuerdas esa señora japonesa a la que solías visitar?
  • Sí, ¿le ha pasado algo?.- mi preocupación era evidente-.
  • Bueno, la han encontrado en el bosque.
  • ¿Pero está bien?.
  • No, cielo. Alguien...ha acabado con su vida.
  • ¿Le han asesinado? Pero, ¿por qué?. ¿Quién ha sido?.
  • No lo saben aún, la policía está en ello.

Ni siquiera me despedí de mi madre, ni de la vecina, atravesé corriendo el pasillo, cogí mi maleta y la bicicleta. Aceleré, atravesé cada esquina, cada casa, cada calle; hasta que llegué al pequeño chalet de amplias ventanas. Las autoridades estaban allí, habían precintado el inmueble. Y a las puertas se amontonaban periodistas, curiosos e incluso admiradores de la escritora japonesa. Rodeé la casa, intentando pasar desapercibido. Llegué a una pequeña puerta, escondida entre unos matorrales. Cogí la llave que ella me había dado y abrí despacio. Un sendero atravesaba los rosales, y más allá un cobertizo, nuestro secreto. Corrí todo lo que quedaba de camino y entré. Todo estaba igual que la última vez, los libros en sus estanterías, la tetera en la mesa a la izquierda, pero eso no era lo que buscaba. Fui a un pequeño escritorio, en la máquina de escribir aun estaba la última página escrita, dónde en letras negras podía leerse: Fin. Había acabado la historia, su última novela antes de morir. Y solo yo sabía dónde estaba. Arranqué la última página y la añadí al montón de papeles, cientos de hojas dónde contaba su historia. Escuché el crujido de la puerta, cómo alguien intentaba abrir, metí la obra en mi maleta e intenté buscar salida. Una vaga idea pasó por mi cabeza, la ventana, quizás fuera lo suficientemente grande para poder salir por ella. Corrí, la puerta se abrió, salté por la ventana; pero me había visto. Dejé mi bicicleta atrás, oí cómo la puerta se cerraba, eche una breve mirada hacía atrás, me seguía. Unos pasos más y habría llegado a la portezuela, mis zancadas eran mucho más pequeñas y la distancia se acortaba entre nosotros. Atravesé el sendero, la puerta y rodeé la casa, pero alguien cayó sobre mí. Solté patadas a diestro y siniestro, mi respiración era entrecortada y mi agresor no aflojaba su agarre. Llene mis pequeños pulmones y con auténtico pánico grité y grité. Noté como me elevaban en el aire y empezamos a movernos. Intenté gritar de nuevo, pero una enorme mano tapaba mi boca. Entonces escuché un ruido atroz, un aullido de dolor y mi atacante calló desplomado sobre mí. Las lágrimas empezaron a aflorar y entre sollozos pude oír como alguien me preguntaba:

  • ¿Estás bien, pequeña?.

Arrastraron al hombre y me dejaron libre de su peso. Un policía de mediana edad me había salvado, había matado a aquel hombre, al asesino. Me levanté con cuidado, abrí la maleta y saqué el escrito bajo la atenta mirada del agente. Se lo ofrecí y con un susurro casi inaudible le dije:

  • Quería daros el libro.
  • ¿Qué libro?
  • La última novela que escribió, hay encontraran la respuesta.

Él cogió con sumo cuidado aquella valiosa prueba, me miró a los ojos y con curiosidad me preguntó:

  • ¿Cómo sabes que aquí estará la respuesta?.
  • Cuándo una escritora muere sobre el papel, no le queda nada que le aferre a la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario