Títeres
La
suave melodía de un piano de cola invadía cada rincón de la sala,
aportando un estado anímico de paz y serenidad. Los comensales se
dirigieron con lentitud a sus respectivas parejas.
Las mujeres vestían largos y sinuosos vestidos blancos, sus cabellos estaban recogidos de forma ostentosa y sus rostros estaban enmarcados por una sonrisa antinatural. Los hombres vestían fracs del mismo color y llevaban el pelo cuidadosamente peinado. La sala en su conjunto parecía tan ilusoria, tan ficticia. Todo estaba cortado por un mismo patrón, cada paso y gesto estaba meticulosamente ensayado. Eran títeres bajo el dominio de un ser intangible. Aunque ninguno parecía darse cuenta, solo yo me percataba de aquel espectáculo tan grotesco. Intente soltar la mano de mi acompañante, pero este apretó con más fuerza mis delicadas manos, obligándome a seguir la danza. Pasaron unos instantes antes de que volviera a intentarlo. Hice acopio de todas mis fuerzas y logré deshacerme de su abrazo. Sus pies se pararon y el miedo se reflejo en sus ojos. La pareja que se encontraba a nuestra izquierda tropezó con nosotros. La música paro de inmediato, y todos se giraron a mirar a la causante de aquel conflicto, es decir, a mí. Sus gestos se tornaron serios y sus miradas de reproche albergaban la oscuridad. El pánico se apodero de mí y en mi pecho pude sentir una sensación de vacío. Me giré y corrí hacía la salida más cercana. Pero al llegar, choque contra un cristal que mostraba mi reflejo. Un reflejo turbio, diferente al de todos los demás. Ya no vestía con la pureza del blanco si no con tinieblas, y mi pelo caía en ondas sobre mis hombros. Nunca más pertenecería a aquel lugar. Volví a intentar escapar cientos de veces más, y el resultado fue nefasto. Las lágrimas rodaron por mis mejillas, la tristeza me albergaba. Me senté en una esquina, viendo como los demás volvían a su lugar de origen, siguiendo las pautas que se les señalizaban. Agarré mis rodillas con fuerza, mientras pensaba en que me había llevado hasta allí, hasta ser tan solo una mera espectadora de la vida. Acaso el simple azar, o un simple pensamiento. No lo sabía, jamás lo entendería.
Las mujeres vestían largos y sinuosos vestidos blancos, sus cabellos estaban recogidos de forma ostentosa y sus rostros estaban enmarcados por una sonrisa antinatural. Los hombres vestían fracs del mismo color y llevaban el pelo cuidadosamente peinado. La sala en su conjunto parecía tan ilusoria, tan ficticia. Todo estaba cortado por un mismo patrón, cada paso y gesto estaba meticulosamente ensayado. Eran títeres bajo el dominio de un ser intangible. Aunque ninguno parecía darse cuenta, solo yo me percataba de aquel espectáculo tan grotesco. Intente soltar la mano de mi acompañante, pero este apretó con más fuerza mis delicadas manos, obligándome a seguir la danza. Pasaron unos instantes antes de que volviera a intentarlo. Hice acopio de todas mis fuerzas y logré deshacerme de su abrazo. Sus pies se pararon y el miedo se reflejo en sus ojos. La pareja que se encontraba a nuestra izquierda tropezó con nosotros. La música paro de inmediato, y todos se giraron a mirar a la causante de aquel conflicto, es decir, a mí. Sus gestos se tornaron serios y sus miradas de reproche albergaban la oscuridad. El pánico se apodero de mí y en mi pecho pude sentir una sensación de vacío. Me giré y corrí hacía la salida más cercana. Pero al llegar, choque contra un cristal que mostraba mi reflejo. Un reflejo turbio, diferente al de todos los demás. Ya no vestía con la pureza del blanco si no con tinieblas, y mi pelo caía en ondas sobre mis hombros. Nunca más pertenecería a aquel lugar. Volví a intentar escapar cientos de veces más, y el resultado fue nefasto. Las lágrimas rodaron por mis mejillas, la tristeza me albergaba. Me senté en una esquina, viendo como los demás volvían a su lugar de origen, siguiendo las pautas que se les señalizaban. Agarré mis rodillas con fuerza, mientras pensaba en que me había llevado hasta allí, hasta ser tan solo una mera espectadora de la vida. Acaso el simple azar, o un simple pensamiento. No lo sabía, jamás lo entendería.
El
tiempo paso sin reparo, aunque en aquella habitación las leyes
físicas no tenían cabida. Sin otra cosa que hacer, que permanecer
apartada del grupo, empecé a fijarme en los detalles. A simple vista
todos parecían iguales, pero si te parabas el suficiente intervalo,
mostraban pequeñas diferencias. Al ver esto, la confianza regreso a
mí. Me levanté del lugar que hasta ahora había ocupado y anduve
entre ellos sin interrumpirles. Les miraba y les estudiaba, y pronto
comprendí que a sus ojos ya no existía, incluso había sido
relevada.
Poco
a poco, el transcurso de la vida empezó a hacerme mella. Necesitaba
descansar durante largos períodos e incluso empecé a fijarme en el
banquete de comida que adornaba el lateral. Cuándo un dolor casi
insoportable me hizo doblarme, pensé que era el momento de probar
aquella apetitosa comida. Desde entonces sentía aún más necesidad,
y tenía que repetir al menos cinco veces antes de volver a
dormitar.
Pronto,
mi vida dejo de tener sentido. Y me cuestionaba porque seguía
atrapada allí, haciendo lo mismo una y otra vez, mi existencia no
significaba nada. En un ataque de rabia, cogí un bol de la mesa y lo
estampé repetidas veces contra la superficie reflectante. No logré
nada, salvo hacerme daño a mí misma. Grité hasta quedarme sin voz
y miré con desesperación, esperando encontrar una respuesta. Algo
me llamó la atención, me giré con rapidez y encontré lo que
buscaba. No era una salida, pero sí un tenue rayo de esperanza. La
mirada de uno de los hombres se cruzó con la mía, y este la apartó
con brusquedad. Me acerqué a él y lo examiné. Los cambios en
su persona empezaban a hacerse visibles. Sus ojos no eran de aquel
color engañoso de los demás, estos eran de un color verde vívido.
Su pelo se tornaba oscuro con lentitud, al igual que sus ropajes.
Debería haberme dado cuenta, era tan evidente. Intenté hablar con
él, mi voz sonó extraña a mis oídos. Hacía tanto que no hablaba
con alguien, aunque aquello no era exactamente una conversación,
sino un monólogo. Pase cada segundo a su lado, siguiendo sus
movimientos sin obtener respuesta. Pero no desistí, me agarré con
fuerza a la posibilidad de compartir mis pensamientos con otra
persona.
Su
cambio era cada vez más evidente, su sonrisa artificiosa se borró y
su rostro cobró personalidad. En un intento desesperado cogí su
brazo, sus ojos se posaron en mí y el baile se paró de nuevo. La
misma escena que había vivido volvió a repetirse, y obligó a aquel
chico a abandonar su lugar. En un principio pensé que este me
acusaría, pero su reacción fue distinta. Su mano izquierda se posó
sobre la mía y la agarró con fuerza. Los latidos de mi corazón se
precipitaron, aquella sensación era nueva para mí. El chico sonrió,
una sonrisa verdadera, de una belleza incontable. Sus labios
musitaron una palabra de agradecimiento. La calidez invadió cada
parte de mi ser. Él cogió mi otra mano y la poso sobre su pecho. Me
acercó hacía él y bailamos al son de una nueva melodía. Y
con sosiego, la engañosa perfección de nuestro alrededor,
desapareció sin dejar rastro.
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